domingo, 28 de octubre de 2012

Capitulo 45


#2 ♥


El gran baile traerá consecuencias que Lali tal vez no sepa como manejar. Peter y su clan, no son precisamente bienvenidos.


En el capitulo anterior...

-Tienes que cuidarte de no mostrar tus habilidades en público.

-No ha sido voluntario -me defendí-, yo misma me he sorprendido, no he podido
controlarlo.

-Debes hacerlo. No me cabe la menor duda de que existe un buen número de guardianes y grandes predadores que estarán encantados de saber que hay un nuevo cazador en la ciudad.

CAPITULO 45

El vestido blanco que habia elegido para mi, me hacia recordar a las novelas tipo orgullo y prejucio.

Me cubrió los ojos antes de dejar que me viera en el espejo y los destapó con un voilà una enorme sonrisa. En ese momento comprendí el significado de la palabra narcisismo.

Resultaba difícil de creer que la chica del reflejo fuera la misma que me había recibido esa mañana en mi habitación. Parpadeé un par de veces y continuaba estando ahí, mirándome con unos perfectos ojos negros.

Rocio había cuidado cada detalle, desde los zapatos con lazo hasta el elaborado recogido al estilo griego que había hecho entrelazando todo mi pelo con
pequeñas piedras de circonita. Ese era el único complemento que llevaba, ni collares, ni pendientes, ni pulseras, solo esa discreta decoración en el peinado y una cinta de seda rosada bajo el pecho, que rodeaba el talle y caía libre por la parte trasera del vestido.

También había insistido en el tema del maquillaje, pero, por suerte para mí, lo único que había hecho era ponerme un poco de colorete en las mejillas, resaltar los ojos y aumentar ligeramente el tono de mis labios.

-Estás perfecta -me dijo, uniéndose a mí, frente al espejo.

-¿Cómo lo has hecho?

-Siglos de experiencia en el sector -se burló.

-Tienes que enseñarme a hacer estas cosas. 12
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Pronunció más su sonrisa; que yo le pidiera eso significaba que estaba más que satisfecha con su trabajo y proporcionaba la perspectiva de muchas tardes de trucos de belleza. Me miré de perfil abrí mucho los ojos, el vestido era demasiado escotado para mi gusto, pero debía admitir que ese corpiño ceñido había sido una gran idea.

-Vaya, es increíble -admití.

-No importa el tiempo que haya pasado, siguen quedando francamente bien. Por suerte, siempre nos quedarán estas ocasiones para desempolvarlos.

Sonreí, parecía que incluso había crecido unos cuantos centímetros.

-Sigue deleitándote con tu reflejo mientras yo me preparo.

No la oí marcharse, ni tampoco regresar media hora más tarde.

-¿Qué te parece?

La miré e, inmediatamente después, me arrepentí. Fue aún peor de lo que me había
imaginado. Si mi traje era sencillo, el suyo era todo lo contrario. Llevaba una cinta rodeándole el cuello con unos adornos colocados en la pequeña torre que había hecho con su pelo.

-Tú has hecho algún tipo de pacto secreto para ser así –le reproché-, no es humanamente posible tener ese aspecto.

Se encogió de hombros.

-Olvidas que no lo soy... -me recordó mientras se acercaba al tocador y maquillaba algo en su escote.

-Ni yo tampoco, y mírame.

-Lali, deja de lloriquear; estás increíble -dijo levantando mucho las cejas, y suspiró-. Pobres jóvenes mortales, ¿qué será de sus cortas e insignificantes vidas después de verte esta noche?

Mariano apareció a mi lado, con un traje bastante actual. Era negro y constaba de una chaqueta corta por delante y larga por detrás, adornada con una delicada rosa en un ojal.

Bajo ella destacaban una camisa, un chaleco y una corbata de lazo blancos.

-¿Tendría la bondad de acompañarme, madame? -preguntó tendiéndome un brazo.
Sonreí, cohibida y acepté.

Llegamos en el coche de Pablo. Me sorprendió comprobar que no estaba tan alejado de la civilización como la casa de los Esposito. En esa zona me atrevería a decir que incluso habitaban humanos, a juzgar por la cantidad de viviendas cercanas. La fiesta se celebraba en un gran caserón. Desde fuera parecía una enorme caja rectangular de color hueso con decenas de grandes ventanales alargados. El lugar no parecía tan abandonado como el resto de los grandes caserones de La Ciudad y aún mantenía; ese aire de majestuosa pomposidad. 

Todas las luces estaban encendidas y del interior llegaron sonidos de voces acompañadas por una música melodiosa. Fuera, la calle estaba repleta de coches de muy diversas épocas e incluso de antiguos carruajes; conducidos por caballos, que pastaban tranquilamente en un lateral.

Mariano me ofreció el brazo de nuevo y los cuatro nos dirigimos a la entrada.
-Esta noche seremos los caballeros más envidiados de toda la fiesta -le dijo Mariano a Pablo con una sonrisa-, por ir acompañados de las dos damas más hermosas del lugar.

Miré al suelo, avergonzada. Ascendimos por un pequeño caminito hasta la entrada. Allí había más gente tomando un poco el aire y hablando animadamente. Percibí más de una mirada furtiva en nuestra dirección.

-¡Los Esposito!

Nos recibió un hombre alto y delgado, con barba picuda y monóculo en el ojo derecho. Nos hizo pasar sin demora. Besó mi mano y la de Rocio con una sonrisa cordial e hizo una leve reverencia a Pablo. A Mariano, en cambio, le dedicó un breve estrechamiento de manos.

Cuando estuvimos dentro, la luz me deslumbró. Todo era grande, cargado y muy luminoso, de colores muy claros. La fiesta se extendía por la planta baja, que era enorme; de hecho, era tan grande que habían despejado tan solo una pequeña parte del centro para convertirlo en una increíble pista de baile. Bordeándola, se repartían numerosas mesas con algunos aperitivos para, por supuesto, deleite de los que aún vivían. 

Al fondo, coronados bajo un delicado telón dorado, tocaba una banda de música muy engalanada. Algo me dijo que ellos tampoco eran humanos.

Había más gente allí de la que podía haber imaginado. Más que una fiesta parecía un concurso de disfraces de época. Resultaba muy fácil diferenciar a los vivos de los muertos: los primeros, cohibidos, estaban mucho más apartados que los segundos, que habían dominado por completo el centro de la estancia más grande, en la que ahora nos encontrábamos.

-Y esto, Lali -me susurró Rocio al oído-, es toda la alta sociedad.

-Me arriesgo a aventurar que los humanos no se encuentran nada cómodos en esta celebración -comentó Pablo.

-Entonces, ¿por qué acuden? –pregunté.

-Porque es un evento de sociedad.

Miré a mi alrededor.

-Es abrumador.

Pablo y Rocio se desenvolvían perfectamente entre toda aquella gente, saludando a uno y otro lado, mientras yo les seguía con Mariano. Me presentaron como una prima lejana que venía a pasar un tiempo a esa ciudad. Yo me limité a sonreír y a escabullirme en cuanto tenía oportunidad.

De pronto, cuando llevábamos allí cerca de media hora, la mitad de los asistentes volvió sus cabezas hacia la entrada. Alguien acababa de llegar, pero entre mi estatura, las altas pelucas de algunas de las asistentas y toda la gente que se interponía entre esas puertas y yo no fui capaz de ver de quién se trataba.

Busqué con la mirada a alguno de los Esposito, pero tampoco los encontré. Sin embargo, mi atención se desvió hacia un hombre alto que miraba casi indignado en esa dirección. Sus ojos eran negros, su piel pálida y su apolillado uniforme militar parecía bastante auténtico, así que me acerqué a él.

-¿Qué ocurre? -pregunté en un susurro.

El hombre apartó la mirada del lugar y la centró en mí; parecía algo impresionado y me analizó exactamente de la misma manera que yo había hecho con él hacía solo un instante, evaluando si yo era humana o una de los suyos. Pareció decantarse por lo segundo, porque se inclinó hasta llegar a la altura de mi oído y susurró con voz grave.

-Acaban de entrar... -dijo bajando aún más el tono de voz- grandes predadores.

Continuara...

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