jueves, 25 de octubre de 2012

Capitulo 37


Hola♥ Capitulo medio largo. A partir de este se viene mas Laliter. Peter esperaba que Lali se transformarse, y ahora que lo hizo...que pasara? Cumplira con el trato?...



En el capitulo anterior...

Entreabrí un poco un párpado y me atreví a mirar hacia atrás. 
El extraño estaba en el suelo, enloquecido de ira bajo el cuerpo de Peter. Ambos forcejaban con ferocidad. No me detuve a darle las gracias.

Veloz, cogí mi bicicleta y pedaleé tan rápido como me permitieron mis escasas fuerzas.

CAPITULO 37


No volví a ver a Peter en los días siguientes. En el fondo sabía que eso era lo correcto, pero lo que no esperaba fue la reacción de mi cuerpo y de mi mente. Pocos días después comencé a deprimirme, a darme cuenta de que necesitaba tenerlo cerca; esos momentos en los que me hablaba, incluso cuando lo hacía molesto, eran los únicos en los que conseguía evadirme de la odiosa frustración. Así que, a pesar de estar evitándole, cada vez que salía me sorprendía a mí misma buscando con ansiedad su coche negro.

Todo el dolor que había estado intentando ignorar regresó con fuerza. Cerré el libro que tenía ante mí. Me había impresionado lo que había leído en él, así que seguramente todo fuera una reacción a su contenido. Pero el zumbido fue en aumento y Rocio seguía observándome confusa.

-¿Estás bien? –me preguntó.

-Sí –mentí. La mano derecha me empezó a temblar y me apresuré a esconderla bajo la mesa antes de que ella pudiera verla –. Creo que voy a dar una vuelta; necesito despejarme.

Huí a la esquina más alejada y escondida de la biblioteca. Estaba rodeada de estanterías, así que pude refugiarme allí sin que nadie se diera cuenta. Esa zona siempre parecía especialmente desierta. Intenté leer los títulos para averiguar la razón, pero lo veía todo muy borroso. Algo en mi interior se convulsionó, me doblé y me precipité al suelo impulsada por un fuerte mareo. Comencé a hiperventilar, pero la asfixia cada vez era mayor. Apreté los dientes y contuve la respiración para no gritar.

-Rocio…-musité entre espasmos.

Solo con ese movimiento, una oleada de dolor me golpeó con violencia. Me aferré como pude a una de las baldas de la estantería e intenté ponerme en pie, pero una nueva sacudida hizo que mi mano resbalara y volví a caer. ¿Qué estaba ocurriendo?

-¡Lali! –Rocio me sujetó antes de que pudiera tocar el suelo – Vamos ahora mismo a casa – susurró cargándome sobre su hombro.

Salimos por la puerta trasera antes de que nadie fuera capaz de ver el lamentable estado en el que me encontraba. Rocio me ayudó a entrar en el coche y no frenó ni una sola vez hasta que llegamos frente a la puerta de casa. Me cogió en brazos y subió a toda prisa las escaleras que conducían a la entrada.

-¡Pablo! –gritó nada más abrir la puerta de una patada – ¡Se esta transformando!

-¿Qué? –pregunté casi con miedo.

Pablo apareció a toda prisa por el marco de la puerta con la misma expresión que Rocio.

-Pablo… -repitió.

-Lo he oído –dijo, sujetándome ahora él.

-Vayamos a su habitación.

Rocio nos precedió hasta ella. Una vez allí, acosada por una repentina prisa, se dirigió hacia las ventanas que yo siempre mantenía abiertas, corrió las cortinas y accionó dos aparatos de aire acondicionado que yo no había visto hasta entonces. Pablo me depositó con cuidado sobre la cama mientras Rocio buscaba algo en el armario, y luego miró la calle.

-Ya es de noche; mejor –sentenció – No hay riesgo de que pase ningún humano por aquí.

Sus voces me llegaban lejanas, como si estuvieran en otra habitación o se me hubiera metido agua en los oídos. Sentí otro golpe de dolor y ambos se volvieron hacia mí; una alarma se despertó en mi interior.

-¿Llamamos a Mariano? –preguntó Rocio con un hilo de voz; de pronto parecía mucho más preocupada.

-No llegará a tiempo.

Me aferré a la almohada y la apreté con fuerza al sentir un nuevo latigazo. Cada vez eran más frecuentes y mucho más dolorosos. Había dejado de pensar con claridad.

-Todo se mueve –exclamé sin saber muy bien si había conseguido que mi voz se oyera o si solo se había quedado en un pensamiento.

Ambos me miraron con preocupación.

-Lali…, intenta relajarte.80

Volví a hiperventilar justo antes de gritar de nuevo. Me retorcí y, entonces, me quedé casi inconsciente.

-Pablo, esto no es normal.

-Lo sé –Él se acercó a mí y tomó mi cabeza entre sus manos – ¡No te duermas! ¡Abre los ojos!

-Pablo –la voz de Rocio estaba acongojada –, ¿qué pasa si no lo supera?

-No va a morir, no vamos a permitir que eso suceda… Lali, abre los ojos.

Intenté hacerle caso, mis párpados vibraron, pero fui incapaz de abrirlos.

-Lali…

Mi voluntad se quebró y me dejé caer en la nada.

-¡Lali! –instó zarandeándome ligeramente.

Me hundía en un abismo cada vez más oscuro y profundo. Tenía miedo, pero me sentía bien, ahí no había dolor ni ese vacío que provocaba no recordar mi pasado. Era tan…apacible. Mi cuerpo se destensó por completo.

-Pablo… - Rocio apenas podía controlar su voz –, ¿ha muerto?

-Aún no. –La voz de Pablo era grave y apresurada – Sujetala.

No sentí las manos de Rocio aferrándome contra la cama. Toda mi atención recayó en un sonido metálico, como el de un cuchillo al salir de su vaina. Pasaron unos segundos en los que no escuché nada más que mi respiración de nuevo, rápida y desacompasada.

De pronto, curvé la espalda con un horrible espasmo de dolor y eché la cabeza hacia atrás sin poder contener un grito. Apreté la mandíbula con fuerza para evitar un nuevo alarido, hiperventilando a través de los dientes con todo el cuerpo agarrotado. En un esfuerzo sobrehumano, abrí los ojos y vi a Pablo sujetándome el brazo y presionándolo con una cuchilla ensangrentada. Por encima de su muñeca, también resplandecía un profundo corte. Me concedió una leve tregua, que aprovechó para evaluar algo, pero poco después volvió a hundir la hoja en mi brazo.

-¡Para! –supliqué entre jadeos –. ¡Por favor, para!

Rocio me puso una mano en la frente y me obligó a mantener la cabeza apoyada contra la almohada mientras me retorcía intentando liberarme de ellos. Poco después, Pablo soltó mi herida. Respiré, intentando recuperarme. Eché un vistazo a mi alrededor, con la mirada nublada y perdida, como si estuviera drogada. Apenas era consciente de que sollozaba en susurros, ni de que todo mi cuerpo temblaba de arriba abajo.

-¡Lali! –exclamó Rocio desde algún abismo lejano; parecía algo aliviada. Luego se volvió hacia Pablo –. ¿No hay nada que podamos darle?

-No, debe pasar por esto.

-Voy a avisar a Mariano –dijo saliendo por la puerta.

Pablo se acercó a la ventana y miró un momento al exterior.

-Ro… -llamó siguiéndola veloz por la puerta.

Parpadeé con pesadez. Debía huir de esa habitación, me faltaba aire. Reuní las pocas fuerzas que me quedaban y me tiré de la cama. Me arrastré hasta llegar a las escaleras y allí me ayudé con la barandilla para poder bajar. Apenas podía mantener los ojos abiertos. Salí de la casa y me interné en el bosque, sin prestar atención al lugar donde pisaba. Aspiré aire e inmediatamente después lo expulsé, me ardía, pero seguía ahogándome. Corrí como pude. Oí sus gritos, ellos venían tras de mí, podía sentirlos, pero sus voces pronto quedaron amortiguadas por el calvario que estaba sufriendo. Continué arrastrándome, sin rumbo y a tientas, palpando lo que encontraba a mi paso; solo deseaba alejarme de allí.


Mi mente se hundía en una densa bruma. Una punzada, como una descarga, atravesó mi cuerpo y me precipité al suelo, había sido un latido, seguido de otro y otro… Mi corazón palpitaba, muy lentamente, y cada movimiento se convertía en un tormentoso espasmo, demasiado intenso como para merecer seguir viviendo. Intenté ponerme en pie aferrándome al tronco de un árbol, pero mis piernas perdieron fuerza y caí rodando por una pendiente. Aterricé en una zona
húmeda tras golpearme contra un grueso tronco. 

No podía ver casi nada, apenas era capaz de abrir los párpados más de unos pocos milímetros. Los gritos cesaron abruptamente. Mis pulmones expulsaron todo rastro de aire en una violenta sacudida, abrasándome la garganta, entonces vi que bajo mi boca se había formado un pequeño charco rojizo.

Rompí en sollozos, era lo único que podía hacer. Cerré los ojos y dejé mi cuerpo inerte, sin fuerzas. Intenté hablar para pedir ayuda, pero mi garganta estaba ahogada en sangre, su sabor me produjo unas incontrolables nauseas. Tragué para liberarla, pero fue como si el fuego me abrasara a su paso. El estómago me obligó a vomitarla con una nueva sacudida. Toda la piel comenzó a escocerme como si estuviera en carne viva y alguien me hubiera bañado en alcohol. Y calor…, un calor insoportable; parecía que todo a mi alrededor estaba ardiendo en llamas.
Sentí calambres en la cabeza, como pinchazos en el cerebro. Un instante después, una marea de ruidos, olores y texturas invadió mis sentidos hasta el punto de querer llevarme a la locura. Intenté volver a abrir los ojos. Todo a mi alrededor estaba borroso.

Pero, a pesar de la oscuridad, la noche me deslumbró. Era como si lo viera todo por primera vez. Pero las formas se mezclaban y los colores se difuminaban.
Había algo cerca de mí que destacaba por su blancura. Era…como un rostro, un extraño rostro. Extendí un brazo hacia la forma para pedir ayuda, pero se evaporó antes de que yo pudiera rozarla. Un instante después, perdí el conocimiento. Mi cuerpo se estremecía como si quisiera tiritar. Un frío glacial se apostó en los huesos al tiempo que el corazón y la garganta ardían. Las punzadas en la cabeza habían desaparecido y el escozor de la piel también; no intenté respirar, temía que si hacía un leve movimiento todo el dolor anterior regresaría. 

Algo cruzó la oscuridad en la que estaba sumergida.

Continuara...

No hay comentarios:

Publicar un comentario