Hola♥ Capitulo medio largo. A partir de este se viene mas Laliter. Peter esperaba que Lali se transformarse, y ahora que lo hizo...que pasara? Cumplira con el trato?...
En el capitulo anterior...
Entreabrí un poco un párpado y me atreví a mirar hacia atrás.
El extraño estaba en el suelo, enloquecido de ira bajo el cuerpo de Peter. Ambos forcejaban con ferocidad. No me detuve a darle las gracias.
Veloz, cogí mi bicicleta y pedaleé tan rápido como me permitieron mis escasas fuerzas.
CAPITULO 37
No volví
a ver a Peter en los días siguientes. En el fondo sabía que eso era lo correcto,
pero lo que no esperaba fue la reacción de mi cuerpo y de mi mente. Pocos días
después comencé a deprimirme, a darme cuenta de que necesitaba tenerlo cerca; esos momentos
en los que me hablaba, incluso cuando lo hacía molesto, eran los únicos en los
que conseguía evadirme de la odiosa frustración. Así que, a pesar de estar evitándole,
cada vez que salía me sorprendía a mí misma buscando con ansiedad su coche
negro.
Todo el
dolor que había estado intentando ignorar regresó con fuerza. Cerré el libro
que tenía ante mí.
Me había impresionado lo que había leído en él, así que seguramente todo fuera una
reacción a su contenido. Pero el zumbido fue en aumento y Rocio seguía observándome
confusa.
-¿Estás
bien? –me preguntó.
-Sí
–mentí. La mano derecha me empezó a temblar y me apresuré a esconderla bajo la mesa
antes de que ella pudiera verla –. Creo que voy a dar una vuelta; necesito despejarme.
Huí a la
esquina más alejada y escondida de la biblioteca. Estaba rodeada de
estanterías, así que pude refugiarme allí sin que nadie se diera cuenta. Esa
zona siempre parecía especialmente desierta. Intenté leer los títulos para
averiguar la razón, pero lo veía todo muy borroso. Algo en mi interior se
convulsionó, me doblé y me precipité al suelo impulsada
por un fuerte mareo. Comencé a hiperventilar, pero la asfixia cada vez era mayor.
Apreté los dientes y contuve la respiración para no gritar.
-Rocio…-musité
entre espasmos.
Solo con
ese movimiento, una oleada de dolor me golpeó con violencia. Me aferré como pude
a una de las baldas de la estantería e intenté ponerme en pie, pero una nueva sacudida
hizo que mi mano resbalara y volví a caer. ¿Qué estaba ocurriendo?
-¡Lali!
–Rocio me sujetó antes de que pudiera tocar el suelo – Vamos ahora mismo a casa
– susurró cargándome sobre su hombro.
Salimos
por la puerta trasera antes de que nadie fuera capaz de ver el lamentable
estado en el que me encontraba. Rocio me ayudó a entrar en el coche y no frenó
ni una sola vez hasta que llegamos frente a la puerta de casa. Me cogió en
brazos y subió a toda prisa las escaleras que conducían a la entrada.
-¡Pablo!
–gritó nada más abrir la puerta de una patada – ¡Se esta transformando!
-¿Qué?
–pregunté casi con miedo.
Pablo
apareció a toda prisa por el marco de la puerta con la misma expresión que
Rocio.
-Pablo…
-repitió.
-Lo he
oído –dijo, sujetándome ahora él.
-Vayamos
a su habitación.
Rocio nos
precedió hasta ella. Una vez allí, acosada por una repentina prisa, se dirigió hacia las
ventanas que yo siempre mantenía abiertas, corrió las cortinas y accionó dos aparatos
de aire acondicionado que yo no había visto hasta entonces. Pablo me depositó con
cuidado sobre la cama mientras Rocio buscaba algo en el armario, y luego miró
la calle.
-Ya es de
noche; mejor –sentenció – No hay riesgo de que pase ningún humano por aquí.
Sus voces
me llegaban lejanas, como si estuvieran en otra habitación o se me hubiera metido agua
en los oídos. Sentí otro golpe de dolor y ambos se volvieron hacia mí; una alarma
se despertó en mi interior.
-¿Llamamos
a Mariano? –preguntó Rocio con un hilo de voz; de pronto parecía mucho más
preocupada.
-No llegará a tiempo.
Me aferré
a la almohada y la apreté con fuerza al sentir un nuevo latigazo. Cada vez eran
más frecuentes y mucho más dolorosos. Había dejado de pensar con claridad.
-Todo se
mueve –exclamé sin saber muy bien si había conseguido que mi voz se oyera o si solo
se había quedado en un pensamiento.
Ambos me
miraron con preocupación.
-Lali…,
intenta relajarte.80
Volví a
hiperventilar justo antes de gritar de nuevo. Me retorcí y, entonces, me quedé casi
inconsciente.
-Pablo,
esto no es normal.
-Lo sé –Él
se acercó a mí y tomó mi cabeza entre sus manos – ¡No te duermas! ¡Abre los
ojos!
-Pablo
–la voz de Rocio estaba acongojada –, ¿qué pasa si no lo supera?
-No va a
morir, no vamos a permitir que eso suceda… Lali, abre los ojos.
Intenté
hacerle caso, mis párpados vibraron, pero fui incapaz de abrirlos.
-Lali…
Mi
voluntad se quebró y me dejé caer en la nada.
-¡Lali!
–instó zarandeándome ligeramente.
Me hundía
en un abismo cada vez más oscuro y profundo. Tenía miedo, pero me sentía bien,
ahí no había dolor ni ese vacío que provocaba no recordar mi pasado. Era tan…apacible.
Mi cuerpo se destensó por completo.
-Pablo… -
Rocio apenas podía controlar su voz –, ¿ha muerto?
-Aún no.
–La voz de Pablo era grave y apresurada – Sujetala.
No sentí
las manos de Rocio aferrándome contra la cama. Toda mi atención recayó en un sonido
metálico, como el de un cuchillo al salir de su vaina. Pasaron unos segundos en
los que no escuché nada más que mi respiración de nuevo, rápida y
desacompasada.
De
pronto, curvé la espalda con un horrible espasmo de dolor y eché la cabeza
hacia atrás sin poder contener un grito. Apreté la mandíbula con fuerza para
evitar un nuevo alarido, hiperventilando a través de los dientes con todo el
cuerpo agarrotado. En un esfuerzo
sobrehumano, abrí los ojos y vi a Pablo sujetándome el brazo y presionándolo con
una cuchilla ensangrentada. Por encima de su muñeca, también resplandecía un profundo
corte. Me concedió una leve tregua, que aprovechó para evaluar algo, pero poco
después volvió a hundir la hoja en mi brazo.
-¡Para!
–supliqué entre jadeos –. ¡Por favor, para!
Rocio me
puso una mano en la frente y me obligó a mantener la cabeza apoyada contra la
almohada mientras me retorcía intentando liberarme de ellos. Poco después,
Pablo soltó mi herida. Respiré, intentando recuperarme. Eché un vistazo a mi
alrededor, con la mirada nublada y perdida, como si estuviera drogada. Apenas
era consciente de que sollozaba en susurros, ni de que todo mi cuerpo temblaba
de arriba abajo.
-¡Lali!
–exclamó Rocio desde algún abismo lejano; parecía algo aliviada. Luego se volvió
hacia Pablo –. ¿No hay nada que podamos darle?
-No, debe
pasar por esto.
-Voy a
avisar a Mariano –dijo saliendo por la puerta.
Pablo se
acercó a la ventana y miró un momento al exterior.
-Ro…
-llamó siguiéndola veloz por la puerta.
Parpadeé
con pesadez. Debía huir de esa habitación, me faltaba aire. Reuní las pocas fuerzas
que me quedaban y me tiré de la cama. Me arrastré hasta llegar a las escaleras
y allí me ayudé con la barandilla para poder bajar. Apenas podía mantener los
ojos abiertos.
Salí de la casa y me interné en el bosque, sin prestar atención al lugar donde pisaba.
Aspiré aire e inmediatamente después lo expulsé, me ardía, pero seguía ahogándome.
Corrí como pude. Oí sus
gritos, ellos venían tras de mí, podía sentirlos, pero sus voces pronto
quedaron amortiguadas
por el calvario que estaba sufriendo. Continué arrastrándome, sin rumbo y a tientas, palpando
lo que encontraba a mi paso; solo deseaba alejarme de allí.
Mi mente se
hundía en una densa bruma. Una punzada, como una descarga, atravesó mi cuerpo y
me precipité al suelo, había sido un
latido, seguido de otro y otro… Mi corazón palpitaba, muy lentamente, y cada movimiento
se convertía en un tormentoso espasmo, demasiado intenso como para merecer
seguir viviendo. Intenté ponerme en pie aferrándome al tronco de un árbol, pero
mis piernas perdieron fuerza y caí rodando por una pendiente. Aterricé en una
zona
húmeda
tras golpearme contra un grueso tronco.
No podía ver casi nada, apenas era capaz
de abrir los párpados más de unos pocos milímetros. Los gritos cesaron abruptamente. Mis
pulmones expulsaron todo rastro de aire en una violenta sacudida, abrasándome
la garganta,
entonces vi que bajo mi boca se había formado un pequeño charco rojizo.
Rompí en
sollozos, era lo único que podía hacer. Cerré los ojos y dejé mi cuerpo inerte,
sin fuerzas. Intenté hablar para pedir ayuda, pero mi garganta estaba ahogada
en sangre, su sabor me produjo unas incontrolables nauseas. Tragué para
liberarla, pero fue como si el fuego me abrasara a su paso. El estómago me
obligó a vomitarla con una nueva sacudida.
Toda la piel comenzó a escocerme como si estuviera en carne viva y alguien me
hubiera bañado en alcohol. Y calor…, un calor insoportable; parecía que todo a
mi alrededor estaba ardiendo en llamas.
Sentí
calambres en la cabeza, como pinchazos en el cerebro. Un instante después, una marea
de ruidos, olores y texturas invadió mis sentidos hasta el punto de querer llevarme
a la locura. Intenté volver a abrir los ojos. Todo a mi alrededor estaba
borroso.
Pero, a
pesar de la oscuridad, la noche me deslumbró. Era como si lo viera todo por primera
vez. Pero las formas se mezclaban y los colores se difuminaban.
Había
algo cerca de mí que destacaba por su blancura. Era…como un rostro, un extraño rostro.
Extendí un brazo hacia la forma para pedir ayuda, pero se evaporó antes de que yo
pudiera rozarla. Un instante después, perdí el conocimiento. Mi cuerpo se
estremecía como si quisiera tiritar. Un frío glacial se apostó en los huesos al
tiempo que el corazón y la garganta ardían. Las punzadas en la cabeza habían desaparecido
y el escozor de la piel también; no intenté respirar, temía que si hacía un leve
movimiento todo el dolor anterior regresaría.
Algo cruzó la oscuridad en la que
estaba sumergida.
Continuara...
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