sábado, 13 de octubre de 2012

Capitulo 33


Ultimo por hoy ♥ Espero que les guste!



En el capitulo anterior...

Sonreí, para demostrar mi contento. Había conseguido sentirme mejor durante unos minutos, e incluso en ese momento a causa de la emoción del trayecto. Miré alrededor.

-¡Vaya! -exclamé.

CAPITULO 33


-¿Una carrera? -propuso de pronto Mariano.

-Esa es una gran idea -felicitó Rocio con una gran sonrisa mientras volvía a montar en su caballo-, ¿qué opinas, Lali?

-Creo que prefiero dar una vuelta, puede que recorra la zona de ahí abajo.

-Puedo quedarme contigo si quieres -aseguró.

-No, Ro, en serio, nos veremos luego en casa.

Evaluó un momento mi expresión.

-De acuerdo, pues, allá vamos -dijo Mariano marcando el camino hacia la carrera. 

Rocio y Mariano le siguieron. Yo me quedé rezagada ahí un instante, había visto algo, o más bien a alguien observándonos con mucha atención entre el follaje, pero estaba demasiado lejos para poder distinguir de quién se trataba.

-¿Lali? -Rocio había vuelto a buscarme-. ¿Seguro que estarás bien?

-Sí... -Desvié un instante la vista hacia ella, pero, cuando volví a mirar, el rostro ya no estaba. Sacudí la cabeza, seguramente lo había imaginado así que presté atención de nuevo a Rocio-. Estaré bien, pero creo que tú vas a perder una carrera.

Ella irguió mucho la espalda sobre su caballo y añadió con voz solemne:

-¡Ja! Aún no ha llegado el día en que un Esposito me gane en campo abierto.

-¡Pues corre! -exclamé.

Pocos minutos después llegué al lugar que había visto desde el club. Era una zona desierta, tanto de gente como de edificios o coches. Un pequeño acantilado a orillas del mar. Era bastante escarpado, en lo que supuse que era su aspecto más salvaje, pero no debía medir más de unos quince metros de altura y las
vistas eran espléndidas.

Me senté en una piedra, la más lisa que encontré casi en el borde, con toda la inmensidad del océano extendiéndose ante mis ojos. Era tan insignificante en
comparación con esa maravilla de la naturaleza. Así me sentía, demasiado pequeña respecto a todo lo que me rodeaba. Todo me superaba, y yo no era capaz de comprender nada.

La fuerte brisa procedente del horizonte me revolvía el pelo y lo hacía chocar contra mi cara, el salitre inundó mi cerebro y me embriagó una ligerísima sensación de bienestar. Esa particular fragancia contrarrestaba el hecho de que no pudiera sentir el frescor de la brisa en mi piel. Mi mente trabajaba horas extras intentando encontrar una explicación decente y satisfactoria para averiguar qué hacía yo en ese lugar.

No todo estaba perdido, por supuesto, seguía existiendo mi pacto secreto con Peter Lanzani. Aunque, por alguna razón, no era capaz de darle una respuesta; quizá la opinión de Rocio me había influenciado más de lo que creía, y no me fiaba de él, su repentino cambio de parecer era demasiado extraño como para creérmelo. Nada me garantizaba que fuera a cumplir con su parte del trato, solo su palabra y, por lo que Rocio decía, no valía mucho.

Si los grandes predadores eran sádicos, y él me había afirmado que no podía garantizarme una muerte indolora, es porque seguramente no lo haría de la forma que yo deseaba. Quizá solo estuviera buscando una víctima para divertirse acabando con ella. Mi cuerpo se tensó. Un exquisito aroma mezclado con la brisa del mar puso mis sentidos en alerta. Sentí su presencia incluso antes de que pudiera relacionar esa fragancia con su nombre. Miré en su dirección.

El viento alborotaba su cabello, como el mío, apartándolo de su rostro y dejando su frente despejada. Ahí relucían esos impenetrables ojos negros que tanto le caracterizaban y que, por alguna razón desconocida, a mí tanto me gustaban. Su piel relucía bajo la luz del sol, de la misma manera que una hoja de papel en blanco, haciendo daño a la vista.

Se sentó a mi lado, con los brazos apoyados sobre las rodillas y las manos entrelazadas. Miró al horizonte durante un par de segundos y luego a mí.

-¿En qué estabas pensado? -preguntó sin saludar.

Dudé un momento, aún no había olvidado lo que había visto con Rocio.

-En la muerte -le respondí.

No pareció sorprendido.

-Un tema demasiado complicado para estas horas.

¿Por qué no sentía miedo al verle, al tenerle tan cerca de mí? Seguramente porque mi instinto de supervivencia había sucumbido al poder de su mirada.

-Llevo tiempo intentando adivinar por qué a mí.

-Eso es algo que todos nos preguntamos -respondió riendo entre dientes.

-Me gustaría saber cómo ocurrió.

Él fijó su atención en el océano.

-Es comprensible.

-¿Tú sabes lo que te sucedió a ti? -Asintió lentamente con la cabeza, con el semblante serio-. ¿Qué pasó?

-Esa es una pregunta demasiado personal.

-¿No vas a respondérmela? -pregunté.

-No.

Fue un “no” rotundo y tajante. Aparté la vista avergonzada.

-Lo siento.

-No lo lamentes, pero no vayas por ahí preguntándole a la gente cómo murió, no está bien visto.

Guardamos silencio.

-¿Crees que existe el cielo?

-Existimos nosotros; así que todo es posible -Se echó un poco hacia atrás con una
risa amarga-. Pero, si existe, desde luego yo nunca iré allí.

Sonreí con tristeza. Las últimas luces daban un nuevo brillo a sus ojos. Cogió una piedrecilla del suelo y la hizo girar distraídamente entre sus dedos. Lo observé de forma involuntaria.

-Tienes unas manos preciosas -susurré, e inmediatamente después ladeé la cabeza
avergonzada, pero él sonrió con tristeza a la lejanía.

-Capaces de aplastar el cráneo de un hombre sin apenas esfuerzo o de consumir una vida más rápido que el fuego.

-Se supone que la belleza tiene su precio.

-¿Este? -preguntó con voz apagada.

-Supongo que no compensa -suspiré.

Él me sonrió.

-Estoy de acuerdo, hay algo morboso en todo lo que rodea a la muerte.

-¿Crees que es justa?

-No soy quién para juzgarla. Yo tengo lo que merezco pero no es así en muchos casos, hay gente buena que debería vivir mucho más tiempo.

-Y, en cambio, parece que los malos son los que más viven.

-Discrepo en eso. Yo era bastante joven cuando me ocurrió. -Hizo una pausa mientras curvaba la comisura de sus labios en una sonrisa-. ¿Eso descarta tu teoría?

-En realidad no, porque te ocurrió joven, pero ahora tienes toda la eternidad por delante, lo que prueba que los malos son huesos duros de roer.

Continuara...

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