En el capitulo anterior...
-La de los Esposito, querida. -Me señaló un gran rectángulo tras el mostrador en el que ponía el nombre “Esposito” escrito con letras doradas en cursiva.
Cada familia debía de tener una, porque a su alrededor había otros nombres: Suarez, Elordi, Del Cerro, Martinez, Lanzani... ¿Lanzani?
CAPITULO 32
Le vi
dejar mis cosas cuidadosamente en la cavidad de madera de caoba, luego se
volvió
hacia mí
con una sonrisa, ahora mucho más pronunciada.
-Espero
que tenga un buen día, señorita Esposito.
-Gracias.
No sé si
se trataba de sus facciones puntiagudas, de su mirada de ave rapaz, de su tono de voz
aún más afilado o de la expresión de su rostro, pero ese hombre me daba mala
espina. Huí veloz
de allí, dando gracias por salir de nuevo al aire libre.
Diez
minutos después, quedó más que demostrado que mis conocimientos sobre equitación
eran nulos. Me habían elegido un caballo de color caramelo que se suponía que
era muy dócil, pero a mí no me hacía caso, iba por donde quería y al ritmo que
él marcaba.
-Aprieta
las rodillas -indicó Pablo a un lado, cabalgando sobre un precioso ejemplar negro-
Debe saber que sos vos quien manda.
-No creo
que haya tenido nunca habilidades de liderazgo -le dije luchando para que el
caballo siguiera una línea recta.
Daba
igual lo que hiciera, me sentía torpe, extremadamente torpe y ridícula.
-No le
temas, si ve que dudás habrás perdido la batalla.
-Ya
estaba perdida antes de empezar -jadeé.
Me estaba
poniendo nerviosa. El caballo se movía inquieto debajo de mí y además, para aumentar
mi desesperación, el casco se me caía sobre los ojos cada dos por tres, limitándome
la visión. Suspiré resignada, sentía ganas de quitármelo y lanzarlo ladera abajo; lo
que más me apetecía en ese momento era deshacerme de ese caballo y regresar a casa
donde, al menos, no me sintiera tan horriblemente inexperta.
Pablo me miraba
con una extraña sonrisa, como si ese momento tuviera algo de entrañable.
-Preparate
-avisó de pronto.
Lo miré
con los ojos muy abiertos.
-¿Qué vas
a hacer?
-Voy a
ayudarte. Sujeta bien las riendas.
No me dio
tiempo casi ni a reaccionar, sacó una pequeña fusta de debajo de un brazo y la hizo
sonar en los cuartos traseros de mi caballo. Proferí un grito del susto.
Intenté sujetarme como pude, con las rodillas
bien
apretadas.
-¿Mejor?
Le lancé
una mirada aterrada como única respuesta y él rió alegremente. Me adelantó con
tanta elegancia que podría haberme hecho perder el equilibrio. La verdad es
que, una vez pasada la primera impresión, sí que resultaba reconfortante atravesar
bosques y prados a esa velocidad.
Seguí a
Pablo a través de toda una arboleda, cruzando bajo una gran gama de tonos verdes,
todos ellos muy vivos. El sol se filtraba entre las hojas de las copas
arrancando destellos de luz. Salimos a una planicie donde, a lo lejos, podía verse
el mar algo alborotado. En el linde del bosque nos esperaban los demas.
-Estábamos
a punto de regresar para ver qué les había ocurrido -me dijo Mariano ayudándome
a desmontar.
-No conseguía
hacerle andar -reconocí algo avergonzada mientras intentaba no tambalearme
al pisar suelo firme-, él me ha ayudado.
-Pablo
siempre tan galán...
-¿Qué tal
la experiencia? -preguntó Rocio uniéndose a Mariano.
-Ha
sido... -intenté buscar la palabra adecuada- intensa.
Sonreí,
para demostrar mi contento. Había conseguido sentirme mejor durante unos minutos,
e incluso en ese momento a causa de la emoción del trayecto. Miré alrededor.
-¡Vaya! -exclamé.
Continuara...
No hay comentarios:
Publicar un comentario