sábado, 13 de octubre de 2012

Capitulo 32




En el capitulo anterior...

-La de los Esposito, querida. -Me señaló un gran rectángulo tras el mostrador en el que ponía el nombre “Esposito” escrito con letras doradas en cursiva. 

Cada familia debía de tener una, porque a su alrededor había otros nombres: Suarez, Elordi, Del Cerro, Martinez, Lanzani... ¿Lanzani?

CAPITULO 32


Le vi dejar mis cosas cuidadosamente en la cavidad de madera de caoba, luego se volvió

hacia mí con una sonrisa, ahora mucho más pronunciada.

-Espero que tenga un buen día, señorita Esposito.

-Gracias.

No sé si se trataba de sus facciones puntiagudas, de su mirada de ave rapaz, de su tono de voz aún más afilado o de la expresión de su rostro, pero ese hombre me daba mala espina. Huí veloz de allí, dando gracias por salir de nuevo al aire libre.

Diez minutos después, quedó más que demostrado que mis conocimientos sobre equitación eran nulos. Me habían elegido un caballo de color caramelo que se suponía que era muy dócil, pero a mí no me hacía caso, iba por donde quería y al ritmo que él marcaba.

-Aprieta las rodillas -indicó Pablo a un lado, cabalgando sobre un precioso ejemplar negro- Debe saber que sos vos quien manda.

-No creo que haya tenido nunca habilidades de liderazgo -le dije luchando para que el caballo siguiera una línea recta.

Daba igual lo que hiciera, me sentía torpe, extremadamente torpe y ridícula.

-No le temas, si ve que dudás habrás perdido la batalla.

-Ya estaba perdida antes de empezar -jadeé.

Me estaba poniendo nerviosa. El caballo se movía inquieto debajo de mí y además, para aumentar mi desesperación, el casco se me caía sobre los ojos cada dos por tres, limitándome la visión. Suspiré resignada, sentía ganas de quitármelo y lanzarlo ladera abajo; lo que más me apetecía en ese momento era deshacerme de ese caballo y regresar a casa donde, al menos, no me sintiera tan horriblemente inexperta. 

Pablo me miraba con una extraña sonrisa, como si ese momento tuviera algo de entrañable.
-Preparate -avisó de pronto.

Lo miré con los ojos muy abiertos.

-¿Qué vas a hacer?

-Voy a ayudarte. Sujeta bien las riendas.

No me dio tiempo casi ni a reaccionar, sacó una pequeña fusta de debajo de un brazo y la hizo sonar en los cuartos traseros de mi caballo. Proferí un grito del susto. Intenté sujetarme como pude, con las rodillas
bien apretadas.

-¿Mejor?

Le lancé una mirada aterrada como única respuesta y él rió alegremente. Me adelantó con tanta elegancia que podría haberme hecho perder el equilibrio. La verdad es que, una vez pasada la primera impresión, sí que resultaba reconfortante atravesar bosques y prados a esa velocidad.

Seguí a Pablo a través de toda una arboleda, cruzando bajo una gran gama de tonos verdes, todos ellos muy vivos. El sol se filtraba entre las hojas de las copas arrancando destellos de luz. Salimos a una planicie donde, a lo lejos, podía verse el mar algo alborotado. En el linde del bosque nos esperaban los demas.

-Estábamos a punto de regresar para ver qué les había ocurrido -me dijo Mariano ayudándome a desmontar.

-No conseguía hacerle andar -reconocí algo avergonzada mientras intentaba no tambalearme al pisar suelo firme-, él me ha ayudado.

-Pablo siempre tan galán...

-¿Qué tal la experiencia? -preguntó Rocio uniéndose a Mariano.

-Ha sido... -intenté buscar la palabra adecuada- intensa.

Sonreí, para demostrar mi contento. Había conseguido sentirme mejor durante unos minutos, e incluso en ese momento a causa de la emoción del trayecto. Miré alrededor.

-¡Vaya! -exclamé.

Continuara...

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