En el capitulo anterior...
Pablo me recibio con una gran sonrisa en cuanto me vio bajar, mientras Mariano saludaba a Rocio, que había saltado ya del coche para sacar del maletero sus cosas.
-¡Menuda sorpresa, Lali! -me dijo Mariano- Me alegro, que hayas venido.
CAPITULO 31
Rocio me
arrastraba de la mano, casi a la carrera, hacia el interior del
establecimiento.
El
interior parecía uno de esos exclusivos clubes que solo pueden verse en la
pantalla de una televisión o en las fotos de alguna revista, y estaba casi desierto.
Rocio me
condujo, ahora más calmada, al extremo más alejado, donde había un pequeño
mostrador de madera de caoba frente a un gran muestrario de equipamiento ecuestre.
-Señorita
Esposito, siempre es un placer recibirla. -hizo una solemne reverencia de
cabeza a Rocio en cuanto la vio
entrar. Luego me miró-.
¿Un nuevo miembro en la familia?
-Bartolomé,
le presento a Lali Esposito.
Me hizo
la misma reverencia y me examinó con detenimiento, obviamente intentando averiguar
dónde estaba el parecido. Era más que evidente que no iba a encontrarlo en ninguna
parte.
-¿En qué
puedo servir a las señoritas?
-Es la
primera vez que Lali viene, necesitará todo el equipamiento.
Eché un
vistazo a la etiqueta de unos guantes que había junto al mostrador, la cifra casi
me hizo tambalear.
-Ro,
la verdad es que no creo que necesite todo esto.
-No te
preocupes por nada, Lali, considéralo un regalo de bienvenida.
-¿Te
parece poco todo el armario que me compraste? –le pregunté entre dientes.
-Eso no
fue nada -dijo ella haciendo un ademán con la mano, quitándole importancia. De
pronto, algo me quitó parcialmente la visión. Miré hacia arriba, Rocio me había colocado
algo sobre la cabeza- Demasiado grande -comentó ella para sí misma mientras
cogía otro.
Me
resigné. Un nuevo casco cayó sobre mis ojos, pero este parecía que no me
limitaba mucho la visión.
-¡Perfecto!
-exclamó.
Me lo
quité para examinarlo desde fuera, alguien detrás de mí me lo arrebató de las
manos; era Bartolome, que me miraba muy indignado. Me hizo sentir como
si él
fuera un ser superior y yo solo escoria.
-Necesitaremos
botas de montar.
Él apartó
la mirada de mí y se dirigió a Rocio.
-¿Qué
talla?
-37.
Él dio
media vuelta y se alejó.
-¿Cómo
sabes mi número?
-Llevo
siglos comprando ropa, créeme, puedo adivinar la talla de cualquier persona - admitió
encogiéndose de hombros.
Bartolome regresó con un gran paquete rectangular que
me entregó.
-¿Y bien?
-quiso saber Rocio.
-Sí...
-Estupendo,
ya está todo entonces. Llévatelas puestas, Lali, así ahorraremos tiempo.
Me puso
la compra en el regazo mientras Bartolome se deshacía en halagos hacia ella, y
salió por la puerta. La seguí.
-¿Desea
la señorita Esposito dejar sus pertenencias en la taquilla? -me preguntó
Bartolome.
Me encogí
de hombros.
-Sí, de
acuerdo.
Avancé deprisa
hacia él y posé la mochila sobre el mostrador.
-Se la
guardaré en su taquilla.
Debió ver
reflejada la confusión en mi cara, porque añadió con voz monótona:
-La de
los Esposito, querida. -Me señaló un gran rectángulo tras el mostrador en el
que ponía el nombre “Esposito” escrito con letras doradas en cursiva.
Cada
familia debía de tener una, porque a su alrededor había otros nombres: Suarez,
Elordi, Del Cerro, Martinez, Lanzani... ¿Lanzani?
Continuara...
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