sábado, 13 de octubre de 2012

Capitulo 31




En el capitulo anterior...

Pablo me recibio con una gran sonrisa en cuanto me vio bajar, mientras Mariano saludaba a Rocio, que había saltado ya del coche para sacar del maletero sus cosas.

-¡Menuda sorpresa, Lali! -me dijo Mariano- Me alegro, que hayas venido.

CAPITULO 31


Rocio me arrastraba de la mano, casi a la carrera, hacia el interior del establecimiento.

El interior parecía uno de esos exclusivos clubes que solo pueden verse en la pantalla de una televisión o en las fotos de alguna revista, y estaba casi desierto.
Rocio me condujo, ahora más calmada, al extremo más alejado, donde había un pequeño mostrador de madera de caoba frente a un gran muestrario de equipamiento ecuestre.

-Señorita Esposito, siempre es un placer recibirla. -hizo una solemne reverencia de cabeza a Rocio en cuanto la vio entrar. Luego me miró-. ¿Un nuevo miembro en la familia?

-Bartolomé, le presento a Lali Esposito.

Me hizo la misma reverencia y me examinó con detenimiento, obviamente intentando averiguar dónde estaba el parecido. Era más que evidente que no iba a encontrarlo en ninguna parte.

-¿En qué puedo servir a las señoritas?

-Es la primera vez que Lali viene, necesitará todo el equipamiento.

Eché un vistazo a la etiqueta de unos guantes que había junto al mostrador, la cifra casi me hizo tambalear.

-Ro, la verdad es que no creo que necesite todo esto.

-No te preocupes por nada, Lali, considéralo un regalo de bienvenida.

-¿Te parece poco todo el armario que me compraste? –le pregunté entre dientes.

-Eso no fue nada -dijo ella haciendo un ademán con la mano, quitándole importancia. De pronto, algo me quitó parcialmente la visión. Miré hacia arriba, Rocio me había colocado algo sobre la cabeza- Demasiado grande -comentó ella para sí misma mientras cogía otro.

Me resigné. Un nuevo casco cayó sobre mis ojos, pero este parecía que no me limitaba mucho la visión.

-¡Perfecto! -exclamó.

Me lo quité para examinarlo desde fuera, alguien detrás de mí me lo arrebató de las manos; era Bartolome, que me miraba muy indignado. Me hizo sentir como
si él fuera un ser superior y yo solo escoria.

-Necesitaremos botas de montar.

Él apartó la mirada de mí y se dirigió a Rocio.

-¿Qué talla?

-37.

Él dio media vuelta y se alejó.

-¿Cómo sabes mi número?

-Llevo siglos comprando ropa, créeme, puedo adivinar la talla de cualquier persona - admitió encogiéndose de hombros.

Bartolome regresó con un gran paquete rectangular que me entregó.

-¿Y bien? -quiso saber Rocio.

-Sí...

-Estupendo, ya está todo entonces. Llévatelas puestas, Lali, así ahorraremos tiempo.

Me puso la compra en el regazo mientras Bartolome se deshacía en halagos hacia ella, y salió por la puerta. La seguí.

-¿Desea la señorita Esposito dejar sus pertenencias en la taquilla? -me preguntó Bartolome.

Me encogí de hombros.

-Sí, de acuerdo.

Avancé deprisa hacia él y posé la mochila sobre el mostrador.

-Se la guardaré en su taquilla.

Debió ver reflejada la confusión en mi cara, porque añadió con voz monótona:

-La de los Esposito, querida. -Me señaló un gran rectángulo tras el mostrador en el que ponía el nombre “Esposito” escrito con letras doradas en cursiva. 

Cada familia debía de tener una, porque a su alrededor había otros nombres: Suarez, Elordi, Del Cerro, Martinez, Lanzani... ¿Lanzani?

Continuara...

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