Capitulo de hoy! Tarde pero seguro! Las cosas van a cambiar desde ahora, para bien y para mal! No saben la que se viene! ♥ Beso. Las quiero ♥ @mimundoeslali ahi estoy
Una muerte lo puede cambiar todo... un regreso que Lali espera con ansias pronto ocurrira...
En el capitulo anterior...
Rocio liberó mi brazo y se incorporó con lentitud.
-¿Ya ha pasado? –pregunté con un hilo de voz.
Abrió un poco las cortinas y escudriñó a través de los cristales.
-Sí, pero será mejor que nos quedemos aquí por esta noche. Puedes dormir, yo vigilaré.
CAPITULO 55
Me despertó el sonido del claxon. Estaba segura de que acababa de
dormirme, pero al mirar el reloj vi que eran las cinco y tres minutos de la
madrugada. Gruñí para mí misma y me dejé caer sobre la almohada; no podía ser
legal levantarse a esa hora... Pero alguien dio unos golpecitos a mi puerta.
-¡Lali, nos vamos!
De repente lo recordé. ¡El viaje!
-¿Lali? -La voz de Rocio sonaba muy apurada-. ¿Estás ahí?
-¡Sí! -dije como pude mientas me pasaba una camiseta por la cabeza-. ¡Ya
voy!
-Date prisa, debemos salir antes de que salga el sol o el viaje será
bastante incómodo.
-Sí, sí -grite, y caí sobre el colchón peleando contra mis vaqueros para
meter las piernas en el lugar adecuado-. ¡Ya estoy!
Busqué un par de calcetines debajo de la cama y las botas de montaña. Me
recogí el pelo en una coleta, me colgué la bolsa al hombro y salí disparada
escaleras abajo, allí Rocio me esperaba junto a la entrada con el pequeño Cafre
en brazos. Salté a la calle; aún permanecía a oscuras, aunque no tardaría en
empezar a clarear. Rocio cerró la puerta mientras yo metía mi equipaje en el maletero abierto. Me senté en el
asiento trasero justo a la vez que Rocio lo hacía en el del copiloto e inhalé
aire pausadamente para recuperar el ritmo normal de mis respiraciones.
-¿Todo en orden? -pregunto Pablo
-Sí -dije avergonzada.
-Arranquemos entonces, nos espera un largo viaje. Eché un último vistazo
con una punzada de dolor; sabía que no volvería a ver a Peter en mucho tiempo,
quizá nunca más, aunque “nunca” fuera entonces una palabra demasiado grande.
Pablo puso una música lenta que me adormeció un poco. Él y Rocio
hablaban entre ellos en tono muy bajito, casi ni movían los labios, para que yo
pudiese volver a dormirme.
Dormité durante un rato, más o menos hasta que, sin previo aviso, Pablo
suspendió el motor en seco. Me precipité hacia delante y luego caí hacia atrás,
golpeándome contra el propio asiento. Pablo se volvió hacia mí con una sonrisa
torcida.
-Espero que hayas dormido, Lali.
-¿Por qué? -pregunté.
Intercambió con Rocio un gesto de complicidad.
-Porque, de no ser así, habras desaprovechado una gran oportunidad.
-¿Ya hemos llegado?
-No -volvió a sonreír-, pero ahora viene lo interesante.
Pasé la mirada de uno a otro sin comprender, en busca de una respuesta.
-Ponte el cinturón, Lali -fue lo único que dijo Rocio mientras se
abrochaba el suyo.
Pablo la imitó.
-No queremos romper el coche con los golpes.
Sin comprender muy bien y aún embotada por el sueño, lo hice. Pablo
volvió a encender el motor, pero en vez de seguir por la carretera giró el
volante y torció a la izquierda, saliéndose del camino. Lo que vino a
continuación fue una serie de violentas sacudidas causadas por lo escarpado del
terreno. Apoyé el cuerpo contra el asiento en un intento vago e inútil por
mantenerme en mi sitio, los saltos eran tales que en más de una ocasión me
estrellé contra el techo del vehículo.
Pablo y Rocio disfrutaban de lo lindo. Gritaban y reían. Oí maullar
enojado a Cafre y en un brusco movimiento cayó sobre mí, rasgándome con las
uñas la manga de la camiseta. Intenté cogerle, pero le perdí de vista. No sé
cuánto tiempo estuvimos así; solo sé que, de pronto, el coche frenó con una última
sacudida. Pasaron varios segundos hasta que dejaron de reír.
-¿Qué tal la experiencia, Lali?
Pablo se volvió hacia mí, con la sonrisa muy dilatada.
-Agitada.
Fue lo único que pude decir. Rocio rió. Miré por la ventanilla y una
sonrisa se escapó de mis labios. Todo era precioso.
Rocio abrió la puerta y saltó sobre la nieve; en cuanto lo hizo, la
tormenta penetró en el interior del coche. Pablo se reunió fuera con ella,
riendo juntos y sonriendose a cada momento. Intentó divisar la dirección para
ir a la cabaña. Yo salí con cuidado y hundí las botas en el manto blanco,
tenían razón, era increíble lo bien que me sentía. Un bulto cayó en mi regazo,
agaché la cabeza hacia él y descubrí a Cafre bufando ante la aparente falta de
atención que le estábamos prestando todos. Acaricié su suave pelaje para
tranquilizarlo. Rocio volvió a ponerse en pie sacudiendo los copos de su ropa.
-No me había dado cuenta de lo mucho que echaba de menos esto -confesó.
-Deberíamos adentrarnos para buscar a Mariano -dijo Pablo-. Hemos
tardado menos de lo normal en llegar al camino que lleva a la casa, aún no debe de
esperarnos.
-¿No decías que hacía buen tiempo? -comenté en voz alta.
-Al parecer ha cambiado -respondió él.
-No importa, es perfecto -canturreó ella saltando de un lugar a otro.
Era muy despierta y optimista, pero nunca la había visto de esa forma.
Pablo se acercó a mí y me tomó de la mano.
-Para que no te pierdas -me susurró al oído haciendo brillar una
sonrisa.
La mano de Pablo me sujetaba con firmeza manteniéndome a poca distancia
de él, gesto que agradecí porque era el único que sabía llegar hasta allí y
tuve miedo de perderme si me soltaba. Por muy reconfortante que fuera el frío,
no estaba segura de poder aguantar mucho tiempo bajo aquel temporal. A Pablo
parecía que tampoco le entusiasmaba mucho la idea de vivir bajo una tormenta
incesante. La única que disfrutaba ante aquella perspectiva era Rocio, que
aunque ya no saltaba, seguía manteniendo la misma cara de felicidad.
-Ahí está -me dijo Pablo varios minutos más tarde.
Le dirigí
una sonrisa; la verdad es que me aliviaba haber llegado. Por supuesto, no
pensaba en baños calientes o en sopas reparadoras, pero sí en un poco de paz
para mis sentidos.
Cafre se
detuvo y empezó a dar vueltas sobre sí mismo. Le di unos golpecitos en el brazo
a Pablo
para que se fijara en el gato y los tres nos detuvimos contemplándolo.
-¿Qué
ocurre?
Rocio se
arrodilló e intentó pasar el dorso de un dedo por su lomo para acariciarle, pero
él se escurrió de su lado sin previo aviso y se perdió entre la tormenta. Ella
se incorporó de inmediato.
-¡Cafre!
Por
primera vez, Pablo me soltó la mano. Parecía preocupado. Ambos salieron despedidos
detrás del gato y yo me vi siguiéndolos a toda prisa en un intento desesperado
por no perderles de vista entre el temporal. Se adentraron en un bosque que no
había visto al llegar. Luché contra los elementos: el viento silbaba en mis
oídos, no podía ver si los árboles se cruzaban en mi camino, hasta que los
tenía a un escaso palmo de distancia y, considerando la velocidad a la que
corría, fue un milagro que no me estampara contra ninguno. También era una
suerte no hundirme mucho en la nieve porque
jamás habría podido alcanzarles de no ser así. No les veía y tampoco podía oírles,
así que seguí el rastro de su aroma.
De pronto, me estrellé contra la espalda
de Pablo y caí hacia atrás sobre la nieve. Al verles me asusté. Ambos estaban
inclinados sobre algo en el suelo, mirándolo fijamente. Gateé hasta llegar a su
lado en el momento en que Rocio sacudía la nieve de la superficie de un pequeño
tablero de madera. En él habían grabado con prisa unas palabras. Me incliné más
para leerlo. Los trazos eran bruscos y, a juzgar por el color del tablón, hacía
poco tiempo que lo habían colocado ahí.
La
inscripción constaba de un nombre y una fecha, aunque los últimos números eran
ininteligibles.
-Mina...
-musité al leer la primera palabra-, la gata de Mariano.
-No puede
ser -decía Rocio-, es imposible que...
Se
detuvo, ya no tenía ese rostro de felicidad que lucía pocos minutos antes; una
mueca de terror se había apoderado de ella. Pablo, en cambio, mantenía la
mandíbula apretada.
-Mariano...
-susurró él mirando a través del bosque.
Se puso
en pie y desapareció de pronto tras la ventisca a todo correr.
-¡Pablo,
espera! -Rocio volvió hacia mí y tiró de mi mano con fuerza-. ¡Deprisa, Lali!
Lo
seguimos a través de los árboles hasta que salimos del bosque. La cabaña
apareció ante nosotras, no muy lejos de donde estábamos, él ya se encontraba
junto a la puerta. Atravesamos el claro que nos separaba, tan rápido como
pudimos, y entramos con cautela.
-¿Mariano?
-llamó.
No hubo
respuesta.
-¿Mariano?
El fuerte
viento hacía crujir las paredes y nuestros pasos sonaban sordos contra el suelo envejecido.
Recorrimos entera la planta baja, todo estaba desordenado: las sillas caídas, alguna
mesa tumbada, los cuadros se habían desprendido de las paredes..., pero ahí no había
nadie.
-Busquemos
arriba -sugirió Rocio con un hilo de voz.
Las
escaleras eran antiguas y rechinaban al pisar la madera. Subí despacio,
intentando captar cada pequeño sonido, pero no se oía nada, absolutamente nada,
excepto a nosotros. Rocio clavó la vista en la barandilla, destrozada en la
parte más alta. El piso superior
estaba aún peor. Una viga caída cortaba el camino.
Pablo la
esquivó con facilidad y siguió andando. El lugar era pequeño, tan pequeño como
parecía desde fuera. Solo una puerta se mantenía aún en pie, y estaba cerrada.
Nos reunimos frente a ella. Ellos intercambiaron una mirada y, a continuación,
Pablo la empujó levemente haciéndola chirriar al abrirse.
Rocio
ahogó un grito. Yo no pude ni siquiera hacer eso; me quedé congelada en la entrada
al mirar al interior. Los graves destrozos de la habitación eran lo menos importante.
En las paredes, en el suelo, en la cama de madera volcada..., en todas partes había
grandes rastros de sangre.
-¡No!
-susurró él.
Entró en
la habitación a grandes zancadas y revolvió entre todos los escombros con desesperación.
-¿Dónde...,
dónde está Mariano? -tartamudeé con ansiedad.
No obtuve
respuesta, era demasiado obvia como para pronunciarla en voz alta. Rocio me rodeó
los hombros con un brazo.
-No te
acerques a la sangre -me susurró.
No pensaba
hacerlo, estaba demasiado impactada como para atreverme a hacer cualquier cosa;
además, aún recordaba lo que había ocurrido cuando Pablo me hizo la cicatriz
del brazo. Él lanzó la única silla que quedaba contra la pared opuesta y esta
se hizo añicos al instante, luego se volvió hacia nosotras con los ojos
cargados de ira.
Retrocedí
asustada, nunca le había visto así. Se llevó una mano a la cabeza, ocultando todo
el rostro, excepto la boca. Había echado los labios hacia atrás y lucía ambas dentaduras
apretadas con rabia, mucha rabia. De pronto, nos miró.
-Ro...
-pronunció muy despacio y con voz seca-, tenemos que salir de aquí de inmediato.
-Sigue
aquí... -musitó dando un paso hacia él.
Pablo
afirmó con un débil movimiento de cabeza, con el semblante más relajado pero con los
ojos muy abiertos. Mis oídos captaron algo repentino, un horrible rechinar de dientes
y una respiración profunda que procedía del tejado, acompañado del mismo sonido
desagradable que producen las uñas al arañar la pizarra. Miré en un acto instintivo
hacia arriba. Sabía lo que eso significaba, aunque deseé desesperadamente estar
equivocada. Pablo se volvió hacia Rocio, alertado.
-Lo he
oído hasta yo -balbuceé.
-¡Salten!
No esperé
a escucharlo una segunda vez. Me arrojé por la ventana al tiempo que el techo
se desplomaba justo sobre el lugar donde nos encontrábamos hacía apenas unas milésimas
de segundo y caí rodando por la nieve.
-¡Corran!
-gritó Pablo.
Me volví
hacia la casa; algo se removía entre los escombros. Asustada, me levanté y salí de ahí tan rápido como pude.
Continuara...
Me encanta!!! Presiento que peter va a hacer de héroe otra vez no??? Más!!
ResponderEliminarOjala aparezca Peter y la salve.. Solo falto un capitulo y ya se le echa de menos jaja
ResponderEliminarMe encanta! Vi tu aviso en twitter hoy por la mañana y lo lei mientras estaba en clase porque no podiq esperar por la intriga jajaja
ResponderEliminardios que miedo me a dado aver si aparece peter por dios ajja
ResponderEliminarmas mas