jueves, 22 de noviembre de 2012

Capitulo 55


Capitulo de hoy!  Tarde pero seguro! Las cosas van a cambiar desde ahora, para bien y para mal! No saben la que se viene! ♥ Beso. Las quiero ♥ @mimundoeslali ahi estoy


Una muerte lo puede cambiar todo... un regreso que Lali espera con ansias pronto ocurrira...


En el capitulo anterior...

Rocio liberó mi brazo y se incorporó con lentitud.

-¿Ya ha pasado? –pregunté con un hilo de voz.

Abrió un poco las cortinas y escudriñó a través de los cristales.

-Sí, pero será mejor que nos quedemos aquí por esta noche. Puedes dormir, yo vigilaré.

CAPITULO 55


Me despertó el sonido del claxon. Estaba segura de que acababa de dormirme, pero al mirar el reloj vi que eran las cinco y tres minutos de la madrugada. Gruñí para mí misma y me dejé caer sobre la almohada; no podía ser legal levantarse a esa hora... Pero alguien dio unos golpecitos a mi puerta.

-¡Lali, nos vamos!

De repente lo recordé. ¡El viaje!

-¿Lali? -La voz de Rocio sonaba muy apurada-. ¿Estás ahí?

-¡Sí! -dije como pude mientas me pasaba una camiseta por la cabeza-. ¡Ya voy!

-Date prisa, debemos salir antes de que salga el sol o el viaje será bastante incómodo.

-Sí, sí -grite, y caí sobre el colchón peleando contra mis vaqueros para meter las piernas en el lugar adecuado-. ¡Ya estoy!

Busqué un par de calcetines debajo de la cama y las botas de montaña. Me recogí el pelo en una coleta, me colgué la bolsa al hombro y salí disparada escaleras abajo, allí Rocio me esperaba junto a la entrada con el pequeño Cafre en brazos. Salté a la calle; aún permanecía a oscuras, aunque no tardaría en empezar a clarear. Rocio cerró la puerta mientras yo metía mi equipaje en el maletero abierto. Me senté en el asiento trasero justo a la vez que Rocio lo hacía en el del copiloto e inhalé aire pausadamente para recuperar el ritmo normal de mis respiraciones.

-¿Todo en orden? -pregunto Pablo

-Sí -dije avergonzada.

-Arranquemos entonces, nos espera un largo viaje. Eché un último vistazo con una punzada de dolor; sabía que no volvería a ver a Peter en mucho tiempo, quizá nunca más, aunque “nunca” fuera entonces una palabra demasiado grande.

Pablo puso una música lenta que me adormeció un poco. Él y Rocio hablaban entre ellos en tono muy bajito, casi ni movían los labios, para que yo pudiese volver a dormirme.

Dormité durante un rato, más o menos hasta que, sin previo aviso, Pablo suspendió el motor en seco. Me precipité hacia delante y luego caí hacia atrás, golpeándome contra el propio asiento. Pablo se volvió hacia mí con una sonrisa torcida.

-Espero que hayas dormido, Lali.

-¿Por qué? -pregunté.

Intercambió con Rocio un gesto de complicidad.

-Porque, de no ser así, habras desaprovechado una gran oportunidad.

-¿Ya hemos llegado?

-No -volvió a sonreír-, pero ahora viene lo interesante.

Pasé la mirada de uno a otro sin comprender, en busca de una respuesta.

-Ponte el cinturón, Lali -fue lo único que dijo Rocio mientras se abrochaba el suyo.

Pablo la imitó.

-No queremos romper el coche con los golpes.

Sin comprender muy bien y aún embotada por el sueño, lo hice. Pablo volvió a encender el motor, pero en vez de seguir por la carretera giró el volante y torció a la izquierda, saliéndose del camino. Lo que vino a continuación fue una serie de violentas sacudidas causadas por lo escarpado del terreno. Apoyé el cuerpo contra el asiento en un intento vago e inútil por mantenerme en mi sitio, los saltos eran tales que en más de una ocasión me estrellé contra el techo del vehículo.

Pablo y Rocio disfrutaban de lo lindo. Gritaban y reían. Oí maullar enojado a Cafre y en un brusco movimiento cayó sobre mí, rasgándome con las uñas la manga de la camiseta. Intenté cogerle, pero le perdí de vista. No sé cuánto tiempo estuvimos así; solo sé que, de pronto, el coche frenó con una última sacudida. Pasaron varios segundos hasta que dejaron de reír.

-¿Qué tal la experiencia, Lali?

Pablo se volvió hacia mí, con la sonrisa muy dilatada.

-Agitada.

Fue lo único que pude decir. Rocio rió. Miré por la ventanilla y una sonrisa se escapó de mis labios. Todo era precioso.

Rocio abrió la puerta y saltó sobre la nieve; en cuanto lo hizo, la tormenta penetró en el interior del coche. Pablo se reunió fuera con ella, riendo juntos y sonriendose a cada momento. Intentó divisar la dirección para ir a la cabaña. Yo salí con cuidado y hundí las botas en el manto blanco, tenían razón, era increíble lo bien que me sentía. Un bulto cayó en mi regazo, agaché la cabeza hacia él y descubrí a Cafre bufando ante la aparente falta de atención que le estábamos prestando todos. Acaricié su suave pelaje para tranquilizarlo. Rocio volvió a ponerse en pie sacudiendo los copos de su ropa.

-No me había dado cuenta de lo mucho que echaba de menos esto -confesó.

-Deberíamos adentrarnos para buscar a Mariano -dijo Pablo-. Hemos tardado menos de lo normal en llegar al camino que lleva a la casa, aún no debe de esperarnos.

-¿No decías que hacía buen tiempo? -comenté en voz alta.

-Al parecer ha cambiado -respondió él.

-No importa, es perfecto -canturreó ella saltando de un lugar a otro.

Era muy despierta y optimista, pero nunca la había visto de esa forma. Pablo se acercó a mí y me tomó de la mano.

-Para que no te pierdas -me susurró al oído haciendo brillar una sonrisa.

La mano de Pablo me sujetaba con firmeza manteniéndome a poca distancia de él, gesto que agradecí porque era el único que sabía llegar hasta allí y tuve miedo de perderme si me soltaba. Por muy reconfortante que fuera el frío, no estaba segura de poder aguantar mucho tiempo bajo aquel temporal. A Pablo parecía que tampoco le entusiasmaba mucho la idea de vivir bajo una tormenta incesante. La única que disfrutaba ante aquella perspectiva era Rocio, que aunque ya no saltaba, seguía manteniendo la misma cara de felicidad.

-Ahí está -me dijo Pablo varios minutos más tarde.

Le dirigí una sonrisa; la verdad es que me aliviaba haber llegado. Por supuesto, no pensaba en baños calientes o en sopas reparadoras, pero sí en un poco de paz para mis sentidos.

Cafre se detuvo y empezó a dar vueltas sobre sí mismo. Le di unos golpecitos en el brazo
a Pablo para que se fijara en el gato y los tres nos detuvimos contemplándolo.

-¿Qué ocurre?

Rocio se arrodilló e intentó pasar el dorso de un dedo por su lomo para acariciarle, pero él se escurrió de su lado sin previo aviso y se perdió entre la tormenta. Ella se incorporó de inmediato.

-¡Cafre!

Por primera vez, Pablo me soltó la mano. Parecía preocupado. Ambos salieron despedidos detrás del gato y yo me vi siguiéndolos a toda prisa en un intento desesperado por no perderles de vista entre el temporal. Se adentraron en un bosque que no había visto al llegar. Luché contra los elementos: el viento silbaba en mis oídos, no podía ver si los árboles se cruzaban en mi camino, hasta que los tenía a un escaso palmo de distancia y, considerando la velocidad a la que corría, fue un milagro que no me estampara contra ninguno. También era una suerte no hundirme mucho en la nieve porque jamás habría podido alcanzarles de no ser así. No les veía y tampoco podía oírles, así que seguí el rastro de su aroma. 

De pronto, me estrellé contra la espalda de Pablo y caí hacia atrás sobre la nieve. Al verles me asusté. Ambos estaban inclinados sobre algo en el suelo, mirándolo fijamente. Gateé hasta llegar a su lado en el momento en que Rocio sacudía la nieve de la superficie de un pequeño tablero de madera. En él habían grabado con prisa unas palabras. Me incliné más para leerlo. Los trazos eran bruscos y, a juzgar por el color del tablón, hacía poco tiempo que lo habían colocado ahí. 

La inscripción constaba de un nombre y una fecha, aunque los últimos números eran ininteligibles.

-Mina... -musité al leer la primera palabra-, la gata de Mariano.

-No puede ser -decía Rocio-, es imposible que...

Se detuvo, ya no tenía ese rostro de felicidad que lucía pocos minutos antes; una mueca de terror se había apoderado de ella. Pablo, en cambio, mantenía la mandíbula apretada.

-Mariano... -susurró él mirando a través del bosque.

Se puso en pie y desapareció de pronto tras la ventisca a todo correr.

-¡Pablo, espera! -Rocio volvió hacia mí y tiró de mi mano con fuerza-. ¡Deprisa, Lali!

Lo seguimos a través de los árboles hasta que salimos del bosque. La cabaña apareció ante nosotras, no muy lejos de donde estábamos, él ya se encontraba junto a la puerta. Atravesamos el claro que nos separaba, tan rápido como pudimos, y entramos con cautela.

-¿Mariano? -llamó.

No hubo respuesta.

-¿Mariano?

El fuerte viento hacía crujir las paredes y nuestros pasos sonaban sordos contra el suelo envejecido. Recorrimos entera la planta baja, todo estaba desordenado: las sillas caídas, alguna mesa tumbada, los cuadros se habían desprendido de las paredes..., pero ahí no había nadie.

-Busquemos arriba -sugirió Rocio con un hilo de voz.

Las escaleras eran antiguas y rechinaban al pisar la madera. Subí despacio, intentando captar cada pequeño sonido, pero no se oía nada, absolutamente nada, excepto a nosotros. Rocio clavó la vista en la barandilla, destrozada en la parte más alta. El piso superior estaba aún peor. Una viga caída cortaba el camino.

Pablo la esquivó con facilidad y siguió andando. El lugar era pequeño, tan pequeño como parecía desde fuera. Solo una puerta se mantenía aún en pie, y estaba cerrada. Nos reunimos frente a ella. Ellos intercambiaron una mirada y, a continuación, Pablo la empujó levemente haciéndola chirriar al abrirse.

Rocio ahogó un grito. Yo no pude ni siquiera hacer eso; me quedé congelada en la entrada al mirar al interior. Los graves destrozos de la habitación eran lo menos importante. En las paredes, en el suelo, en la cama de madera volcada..., en todas partes había grandes rastros de sangre.

-¡No! -susurró él.

Entró en la habitación a grandes zancadas y revolvió entre todos los escombros con desesperación.

-¿Dónde..., dónde está Mariano? -tartamudeé con ansiedad.

No obtuve respuesta, era demasiado obvia como para pronunciarla en voz alta. Rocio me rodeó los hombros con un brazo.

-No te acerques a la sangre -me susurró.

No pensaba hacerlo, estaba demasiado impactada como para atreverme a hacer cualquier cosa; además, aún recordaba lo que había ocurrido cuando Pablo me hizo la cicatriz del brazo. Él lanzó la única silla que quedaba contra la pared opuesta y esta se hizo añicos al instante, luego se volvió hacia nosotras con los ojos cargados de ira.

Retrocedí asustada, nunca le había visto así. Se llevó una mano a la cabeza, ocultando todo el rostro, excepto la boca. Había echado los labios hacia atrás y lucía ambas dentaduras apretadas con rabia, mucha rabia. De pronto, nos miró.

-Ro... -pronunció muy despacio y con voz seca-, tenemos que salir de aquí de inmediato.

-Sigue aquí... -musitó dando un paso hacia él.

Pablo afirmó con un débil movimiento de cabeza, con el semblante más relajado pero con los ojos muy abiertos. Mis oídos captaron algo repentino, un horrible rechinar de dientes y una respiración profunda que procedía del tejado, acompañado del mismo sonido desagradable que producen las uñas al arañar la pizarra. Miré en un acto instintivo hacia arriba. Sabía lo que eso significaba, aunque deseé desesperadamente estar equivocada. Pablo se volvió hacia Rocio, alertado.

-Lo he oído hasta yo -balbuceé.

-¡Salten!

No esperé a escucharlo una segunda vez. Me arrojé por la ventana al tiempo que el techo se desplomaba justo sobre el lugar donde nos encontrábamos hacía apenas unas milésimas de segundo y caí rodando por la nieve.

-¡Corran! -gritó Pablo.

Me volví hacia la casa; algo se removía entre los escombros. Asustada, me levanté y salí de ahí tan rápido como pude.

Continuara...

4 comentarios:

  1. Me encanta!!! Presiento que peter va a hacer de héroe otra vez no??? Más!!

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  2. Ojala aparezca Peter y la salve.. Solo falto un capitulo y ya se le echa de menos jaja

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  3. Me encanta! Vi tu aviso en twitter hoy por la mañana y lo lei mientras estaba en clase porque no podiq esperar por la intriga jajaja

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  4. dios que miedo me a dado aver si aparece peter por dios ajja
    mas mas

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